LA MEDALLA MILAGROSA - FRANCIA - 1830
"Nace Catalina Labouré el 2 de junio de 1806 en Fainles Moutiers, en Bourgogne, Francia, novena de once hijos".
Tiene 18 años. El padre trata de distraerle la idea de hacerse religiosa. Algún joven del pueblo ya se ha fijado en la muchacha, pero su intento cae en el vacío. Así las cosas, el padre la envía en el otoño de 1828 a París, a casa de un hijo, Carlos, propietario de una fonda. Catalina se pone a servir a carpinteros, albañiles y picapiedras, entre el acre olor de las caballerizas, el hedor de las sopas de cebollas, las imprecaciones, las ingeniosidades galantes y atrevidas. En ese marco llega el sueño revelador.
La muchachita estaba rezando en la iglesia de Fain, en su capilla favorita dedicada a la Virgen. Un sacerdote, revestido con los ornamentos sagrados, celebró la santa misa. Terminada ésta, el sacerdote hacía señas a Catalina para que se acercara, como si quisiera hablar con ella. La joven, en cambio, casi como asustada se aleja, sin poder separar los ojos de la mirada penetrante del augusto anciano. Al salir de la iglesia, Catalina va a visitar a un enfermo. Y allí, nuevamente la dulce fisonomía del anciano sacerdote, y una voz que le decía: "Hija mía, es bien hermoso cuidar a los enfermos. Tú me rehúyes, pero un día te encantará venir conmigo. Dios tiene sus designios sobre ti, ¡No lo olvides!. Y el sueño se desvaneció.
Este sueño acaeció en el pensionado aristocrático del Chan-tillón-Sur-Seine, donde Catalina había sido enviada para aprender a leer y escribir.
¿Pero quién era aquel sacerdote? ¿Qué significaban sus palabras?.
A cuarenta y seis años de distancia, Catalina hablará de ello a su hermana Luisa, internada en la enfermería de la Casa Madre. Cansada de las burlas y sarcasmos de los pensionistas, al verla como una desmañada e inculta campesina, Catalina pide ir al hospicio de las hijas de la Caridad precisamente de Chantillón.
Mientras espera a la superiora en el recibidor, Catalina fija su mirada en un cuadro colocado en la pared central.
El sueño se desvela.
Vuelven a su corazón, como una llamada poderosa, las palabras del venerado sacerdote... quien le había hablado era pues, san Vicente, ¡aquel anciano de quien ella huía!.
Saliendo del hospicio, fue a contárselo todo a su confesor Vicente Enrique Prost, cura de Chantillón. Su respuesta le quitó toda duda: "Hija, le dijo, ese anciano que se te apareció en sueños, es san Vicente, él te quiere entre sus hijas".
...El 30 de enero de 1830, Catalina entra en la casa de las Hijas de la Caridad de Chantillón-Sur-Seine para comenzar el postulantado...
En 1814 la Casa Madre se traslada de Rué du Vieux-Columbier a Rué du Bac, donde el 21 de abril de 1830 la "privilegiada de María santísima" entra para el noviciado, período de prueba que duraba entonces de ocho a doce meses. En este tiempo a nuestra Zoé-Catalina la llamarán siempre sus cohermanas "Sor Labouré". Tras el noviciado, se la conocerá sencillamente por "Sor Catalina" durante cuarenta y seis años, en los cuales sin que nada se supiera de sus contactos con el cielo se ocupará de la cocina, los ancianos, la ropería, el gallinero y la portería.
...No nos detendremos a describir cuántas veces de le apareció la Virgen a Sor Catalina. Los historiadores, a cien años de la muerte de la santa, todavía no han llegado a definir ni enumerar los sucesos extraordinarios, apariciones, visiones, etc., de 1830. La colección de los documentos auténticos es fragmentaria. "Las relaciones" de la santa-escritas en 1841, 1856 y 1876 - se aclaran con las informaciones y testimonios de otras personas que tuvieron la suerte de vivir a su lado y escuchar sus confidencias. El padre Aladel, su confesor, que lo tuvo todo en mano, testimonió en el proceso de 1876: "la hermana, a cuyas visiones yo no daba ninguna confianza, considerándolas efectos de su imaginación, no se atrevía a hablarme de ellas; y cuando lo hacía, era con gran temor porque se sentía atormentada, agitada, impedida violentamente por el deseo de confiarme la repetición de su visión. Esta fue la causa por la que habló sólo tres veces, aunque la visión se le presentara más a menudo. He de decir que después de hablarme se sentía no sólo más tranquila sino perfectamente tranquila".
Así se expresa un experto, F.M. Avidano, en la obra citada: "por costumbre, y poco exactamente, se habla de tres apariciones: la primera el 18-19 de julio; la segunda, la de la Virgen del Globo; la tercera, la de la medalla... pero está ya constatado que las apariciones de la Medalla Milagrosa fueron al menos cinco. La primera ciertamente en septiembre de 1830. La segunda ciertamente el 27 de noviembre de 1830, como dice la vidente misma, la tercera probablemente en diciembre de 1830. La cuarta probablemente en marzo de 1831. La quinta probablemente otra vez en septiembre de 1831, justo un año después de la primera aparición".
Los biógrafos de santa Catalina Labouré, al describir los coloquios de ella con el cielo, se apropian las palabras de la misma santa: son las "relaciones", escritas por obediencia, a su confesor y, pocos meses antes de morir, a su superiora.
Aunque redactadas con una ortografía horrible, pero con toda sencillez y naturalidad, nos presentan un espejo exacto de sus conversaciones con la Reina del Cielo.
Primera aparición de la Virgen (18-19 julio, 1830)
"Después llegó la fiesta de san Vicente. Las vísperas, nuestra buena madre nos dio una instrucción sobre la devoción a la santísima Virgen, de modo que me acosté pensando que aquella misma noche vería a mi buena Madre y ¡hacía tanto que yo deseaba verla!. Por fin me dormí con ese pensamiento.
Como nos habían distribuido un trozo de roquete de san Vicente, corté la mitad y me la comí, durmiéndome con la persuasión de que san Vicente me obtendría la gracia de ver a la santísima Virgen.
Por fin, hacia las 11:30 de la noche, siento pronunciar mi nombre: "¡Sor Labouré, sor Labouré!". Me despierto y miro hacia el lado de donde venía la voz, que era el lado del pasillo. Retiro la cortina que rodea las camas en los dormitorios de los religiosos y veo un niñito de 4 ó 5 años, vestido completamente de blanco, que me dice: "Levántate enseguida y ven a la capilla, la Virgen te espera". - Me oirán pensé - el niño responde a mi pensamiento: "Estáte tranquila, son las 11:30 y todos duermen profundamente" ¡Vamos te espero...!
Me vestí a todo correr y me dirigí hacia el niño que había permanecido de pie a la cabecera de la cama sin moverse. El me siguió o, mejor, yo le seguí a él teniéndole siempre a mi izquierda. Él iba rodeado de rayos que iluminaban el camino. A lo largo del pasillo todas las luces estaban encendidas, lo cual me maravillaba grandemente... Mi sorpresa creció cuando una vez llegados a la puerta de la capilla, vi todas las velas y lámparas encendidas, como en la Noche Buena. Pero no estaba la Virgen. Y era a la que yo quería ver; lo demás nada me importaba.
Entonces el niño me llevó al presbiterio, a la izquierda del altar junto al sillón que usaba nuestro Director al predicar, y allí me arrodillé, mientras el niño un poco apartado se quedó de pie.
Como el tiempo de espera se me hacía largo, yo miraba a ver si las veladoras pasaban por la tribuna de la capilla, temiendo ser vista. Finalmente, llegó el momento deseado y el niño me animó diciendo: ¡Mira, la Virgen, mírala!.
Al mismo tiempo oí como el rozar de vestidos de seda que venía de la parte de la tribuna, junto al cuadro de san José y vi a la santa Virgen que vino a sentarse en las gradas del altar, al lado del Evangelio, en un sillón parecido al que estaba representado en el cuadro de santa Ana; sólo que la santa Virgen no tenía la fisonomía de santa Ana y por eso yo dudaba si era la Virgen.
De todos modos el niño, que seguía allí, me repitió: ¡Mira, la santa Virgen!.
Me resulta imposible expresar lo que experimenté lo que pasó dentro de mí en aquel momento de tentación y de duda: No me parecía la Virgen. Entonces el niño ya no me habló con voz infantil, sino con un tono de voz viril como la del más robusto hablador reprochándome mi vacilación.
Entonces levanté los ojos hasta el rostro de la Virgen y sin dudarlo más, di un salto y me puse de rodillas en las gradas del altar apoyando las manos en las rodillas de la Virgen santísima.
Aquel fue el momento más dulce de mi vida. Me resulta imposible expresar lo que experimenté.
La Virgen me dijo como regularme con mi director y muchas otras cosas que no debo decir; el modo de portarme en mis penas futuras, que fuera al pie del altar que me estaba indicando con la mano izquierda y derramara allí mi corazón. Allí, decía la santa Virgen recibiría yo todos los consuelos que iba a necesitar.
Entonces me atreví a pedirle qué significaban todas las cosas que yo había visto y ella se dignó explicármelas...
"Hija mía, el buen Dios quiere confiarte una misión. Deberás sufrir mucho, pero todo lo soportarás pensando que lo haces para la gloria de Dios.
Conocerás lo que viene de Dios y serás atormentada hasta que no lo hayas revelado a quien tiene la misión de guiarte.
Te contradecirán, pero no tengas miedo porque te sostendrá la gracia. Da cuenta de todo con confianza y sencillez; ánimo, no temas. Verás ciertas cosas, se te inspirará en tus oraciones, rinde cuenta al confesor.
Los tiempos son muy tristes; sobre Francia se abatirán desgracias; el trono será derribado. El mundo entero quedará trastornado por calamidades de todas clases. La santa Virgen estaba muy afligida al contar esto; pero continuó: Vengan a los pies de este altar, aquí se repartirán gracias a todas las personas que pidieran con confianza y fervor, se repartirán a grandes y pequeños...
Hija mía, me complazco en repartir mis gracias a la comunidad de ustedes. Yo las quiero mucho, pero me da pena, porque hay en ellas abusos; no se observa la regla, la disciplina deja mucho que desear, hay una gran relajación en las dos comunidades. Sacerdotes de la Misión e Hijas de la Caridad; díselo a quien está encargado, aunque no sea superior aun. El será dentro de algún tiempo encargado de la comunidad (de ustedes), debe hacer todo lo posible para repristinar la regla en todo su vigor; díselo de mi parte.
Que vele sobre las malas lecturas, la pérdida de tiempo y las visitas. Cuando se haya restablecido el vigor de la regla, habrá una comunidad que vendrá a unirse con ustedes.
Pero llegarán grandes males. El peligro será grande, pero no teman; Dios y san Vicente protegerán a la comunidad... (La Virgen seguía triste). Yo misma estaré con ustedes; siempre las he protegido; les concederé muchas gracias... llegará un momento en que el peligro será grande, se creerá todo perdido; pero estaré con ustedes, tengan confianza, reconozcan mi visita y la protección de Dios y de san Vicente sobre las comunidades.
Pero no sucederá lo mismo con las demás comunidades; habrá víctimas... (Al decir esto, la Virgen tenía los ojos arrasados en lágrimas). Habrá muchas víctimas entre el clero de París... El obispo morirá. (De nuevo lágrimas de la Virgen).
Hija mía, todo el mundo se encontrará en tristeza.
No sé cuánto tiempo estuve con ella; a un cierto punto desapareció, y no vi más que como algo que se apagaba, una sombra que se dirigía hacia la parte de la tribuna de donde había venido. Entonces me levanté de las gradas y vi de nuevo al niño en el sitio en que le había dejado y él me dijo: ¡Se ha ido!.
Volvimos a recorrer el mismo camino, todavía iluminado, con el niño siempre a mi izquierda. Creo que fue mi ángel guardián, que se había hecho visible para mostrarme a la santa Virgen, pues yo le había rezado mucho para que me obtuviera este favor. Iba vestido de blanco, resplandeciente de luz y aparentaba una edad de 4 a 5 años.
Vuelta a mi cama oí tocar las dos de la mañana y ya no pude conciliar el sueño".
Segunda Aparición de la Virgen (27 de noviembre 1830) la. Fase-La Virgen del Globo. Jesús, María, José.
"El 27 de noviembre de 1830, que era sábado, precedente al primer domingo de adviento, a las cinco y media de la tarde, después de los puntos de meditación, durante el gran silencio, es decir, algunos minutos después de los puntos de meditación, me pareció oír ruido por la parte de la tribuna junto al cuadro de san José, como el frufrú de un vestido de seda.
Habiendo mirado hacia aquella parte, he visto a la santa Virgen a la altura del cuadro de san José. La santa Virgen estaba de pie, vestida de blanco, con vestido de seda blanco aurora, hecho como suele decirse, "a lo virgen", mangas lisas, y con un velo blanco que le bajaba hasta el suelo; bajo el velo he visto sus cabellos partidos a mitad y encima un encaje como de tres centímetros de altura, sin pliegues, es decir, puestos ligeramente sobre los cabellos; el rostro bastante descubierto; los pies apoyados sobre una bola, es decir, una mitad de bola, o por lo menos, me pareció sólo la mitad; y luego tenía en las manos una bola que semejaba el globo de la tierra; tenía las manos levantadas a la altura del pecho, de manera muy natural; los ojos vueltos hacia el cielo... aquí su rostro era de la mayor belleza; no podría yo describirla... Y luego de golpe, he visto anillos en sus dedos, adornados con piedras preciosas, unos más hermosos que otros, unos más grandes y otros más pequeños, que arrojaban los rayos mayores ensanchándose siempre y los más pequeños ensanchándose también hacia abajo, lo cual llenaba toda la parte inferior y yo no veía ya sus pies.
Decirle lo que he probado entonces y todo lo que he aprendido en el momento en que la santísima Virgen ofrecía el globo a Nuestro Señor, es imposible. Me resulta imposible expresarlo.
En el momento en que yo estaba contemplándola, la santa Virgen bajó los ojos mirándome. Se dejó oír una voz que me dijo estas palabras: "Esa bola que ves representa al mundo entero, especialmente Francia... y cada individuo en particular"...
A este punto no sé expresarme acerca de lo que probé y vi, la hermosura y el resplandor de los rayos tan bellos... "Son el símbolo de las gracias que derramo sobre las personas que me las piden", haciéndome comprender cuan bello era rezar a la santa Virgen y qué generosa era ella con las personas que se las piden, ¡qué gozo experimentaba ella al concedérselas...!
A este punto la vidente, con unas notas a lápiz, describe el número de anillos - tres en cada dedo, por tanto quince por mano - y dice haber quedado impresionada al observar que de algunos anillos no salían rayos de ninguna clase. La Virgen le responderá:
"Las piedras que se quedan en sombra, son símbolos de las gracias que no me piden".
2da. Fase -La Medalla
"En aquel momento, yo estaba y no estaba, gozaba, no sé, se formó un cuadro alrededor de la santa Virgen, un poco oval, donde estaban en lo alto del cuadro estas palabras: "Oh María concebida sin pecado, ruega por nosotros que recurrimos a ti", escrito en letras de oro. Entonces se dejó oír una voz que me dijo: "Hagan acuñar una medalla como este modelo; todas las personas que la lleven recibirán grandes gracias, llevándola al cuello. Las gracias serán abundantes para las personas que la lleven con
confianza"...
3ra. Fase -El reverso de la Medalla
"Inmediatamente me ha parecido que el cuadro se daba vuelta, y he visto el reverso de la Medalla".
Inquieta por saber qué había de poner en el reverso de la Medalla, tras mucha oración, un día en la meditación, me pareció oír una voz que me decía: "La M y los dos corazones dicen ya bastante"...
Luego todo desapareció, como algo que se apaga, y yo quedé repleta no sé de qué, de buenos sentimientos, de gozo, de consuelo".
Otros detalles de la Medalla.
En esta "relación" faltan algunos detalles de la aparición, que conocemos empero por otros escritos de la santa y por testimonios del padre Alabe!, presentados bajo juramento en el proceso de 1836. Vamos a enumerarlos:
"La santa Virgen era de estatura media,; su vestido era de escote subido; el velo cubría la cabeza y bajaba por los lados hasta los pies; sobre los cabellos llevaba una especie de toca, alrededor de la cual, había un pequeño encaje de' uno o dos dedos de ancho'; el rostro no sólo estaba bastante descubierto, sino más bien, muy descubierto'; había 'bajo sus pies una bola blanca'; los ojos los tenía, ora levantados al cielo, ora bajos; la voz que hablaba a Catalina se dejaba sentir, 'sentir en el fondo del corazón'.
Cuando le preguntamos más tarde para saber si no había otro emblema a los pies de la Virgen, más que aquella "bola blanca", o mejor, aquella "media bola", de la que habla la santa en su escrito, Catalina respondió que "había también una serpiente de color verduzco con manchas amarillas". Respecto a la posición de las manos, el manuscrito dice sólo que estaban levantadas a una cierta altura y sostenían el globo; pero según los testimonios reiterados de la santa, habiendo desaparecido el globo, los brazos de la Virgen quedaron extendidos en actitud que se ha hecho popular en la "Medalla Milagrosa", conocida ya desde hacía diez años cuando la vidente escribía'
Los anillos de las manos, "eran en número de tres para cada dedo: el mayor hacia la mano, uno de mediano grandor en el medio, y uno más pequeño en la extremidad" y "cada anillo estaba cubierto de piedras preciosas de proporcionado grandor".
La invocación: "Oh María concebida sin pecado" formaba "un semicírculo, comenzando a la altura de la mano derecha, pasando por encima de la cabeza de la santa Virgen y terminando a la altura de la mano izquierda". Finalmente al reverso del cuadro, la vidente descubre "el monograma de la santa Virgen, compuesto de la letra M coronada con una cruz apoyada a una barra en la base, y debajo de la letra M los dos corazones, de Jesús y María, distintos porque cada uno estaba circundado por una corona de espinas y otro atravesado por una espada".(...)
"Se me apareció una tercera vez - escribe - pero no recuerdo exactamente cuándo".
Sor Catalina ve al menos otras dos veces a la Virgen - como queda dicho - en 1831.
En la última aparición la Virgen se expresará así:
"Hija mía, en adelante ya no volverás a verme, pero oirás mi voz en tus oraciones".
En otra nota a lápiz, describiendo a la Virgen del globo, escribe:
"Oh qué hermoso será oír decir: María es la reina del universo".
Será aquel un tiempo de paz, de gozo y de felicidad que durará mucho; la llevarán en triunfo y dará la vuelta al mundo.
En 1832 la Medalla, acuñada por primera vez por sugerencias del padre Aladel, con el permiso del arzobispo de París, Monseñor De Quelén, empieza su santa misión, que luego continuará en un crescendo maravilloso de gracias y de milagros.
El padre Aladel, el 20 de junio de 1832, tiene por fin en mano 1.500 medallas, lleva una a sor Labouré....)
En 1836, en el proceso diocesano, el señor Vachette, acuñador de la Medalla, declaró haber acuñado en cuatro años más de dos millones.
El 21 - 22 de marzo de 1933 - Exhumación y reconocimiento de los restos de sor Catalina, en presencia del cardenal Verdier. En el acta se lee: El cuerpo está en perfecto estado de conservación.
El 28 de mayo de 1933 - sor Catalina es proclamada beata por el papa Pío XI.
El 27 de julio de 1947, es proclamada "Santa" por el papa Pío XII.
(Cf. "Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa" por Julio Masiero, o.f.m. conv. Ediciones Paulinas, Caracas, 1984).