LA COROMOTO - VENEZUELA - 1652
Cierto día de comienzos del año 1652, el cacique Coromoto, en compañía de su mujer, se dirigía a una parte de la montaña, en donde tenía una tierra de labranza. Al llegar a una quebrada, una hermosísima Señora de belleza incomparable que sostenía en sus brazos a un niño, se presenta a los dos indios caminando sobre las aguas de la corriente. Dirigiéndose al cacique le habla en su idioma, ordenándole salir del bosque e ir al sitio donde vivían los blancos para recibir el agua sobre la cabeza y así poder ir al cielo.
Hacia la mitad del año en 1652, Juan Sánchez pasaba cerca de aquellos lugares, siguiendo la vía denominada Cauro, de viaje para El Tocuyo, a donde iba con un asunto de importancia, cuando en cierto punto de la montaña le salió al encuentro el jefe de los indios, manifestándole que una bellísima Señora, de singular hermosura se le había aparecido en una quebrada, dándole la orden de que saliera a donde vivían los blancos para que le echasen el agua en la cabeza, con el fin de poder ir al cielo, y le manifestó que tanto él como los de su tribu estaban resueltos a complacerla y que deseaba le indicara a dónde debían ir.
Juan Sánchez gratamente sorprendido por la relación del indio, le dijo que iba de viaje para una población llamada El Tocuyo, que a los ocho días estaría de vuelta y durante este lapso se dispusieran para irse con él.
Cumpliéndose el plazo señalado, Juan Sánchez estaba en medio de Los Coromotos y toda la tribu se marchó con él. Siguiendo sus indicaciones, la caravana se detuvo en el ángulo formado por la confluencia de los ríos Tucupido y Guanaguanare, en el sitio conocido con el nombre de Tucupio (hoy Tucupido), al cual le dieron el nombre de Coromoto, por ser el de los indios.
Juan Sánchez fue a la villa del Espíritu Santo de Guanaguanare a dar aviso a las autoridades de lo ocurrido.
Los alcaldes don Baltazar Rivero de Losada y don Salvador Serrada Centeno, que gobernaban entonces la villa, dispusieron que los indios quedaran en Coromoto y nombraron a Juan Sánchez su encomendero, con el encargo de señalarle tierra para sus labores y de adoctrinarlos en los rudimentos de la religión cristiana.
El cacique, al principio asistía gustoso a las instrucciones, más después se fue poco a poco disgustando con su nueva situación y, anhelando por la soledad de sus bosques, se apartó de las reuniones de Juan Sánchez, sin querer aprender la doctrina cristiana, ni recibir las aguas del bautismo.
Por la tarde del sábado 8 de septiembre de 1652, dispuso Juan Sánchez reunir a los indios que trabajaban en Soropo, en vista de lo cual el castellano instó al cacique a que se juntara con sus compañeros y asistiera a los actos religiosos que iban a celebrarse en el caney, que para estas reuniones tenía dispuesto junto a su habitación. El indio negóse rotundamente a esta invitación, y mientras sus compañeros oraban humildemente, él con gran enojo y rabia salió aceleradamente para su pueblo.
En el bohío del cacique Coromoto se hallaba la cacica, su hermana Isabel y un hijo de esta última, indiecito muy agraciado, de 12 años de edad. Cuando menos lo esperaban las dos indias, llegó el cacique de Los Coromotos, triste y disgustadísimo. Las mujeres atribuyeron el tedio y descontento que en él notaban a un exceso de ira, y ninguna se atrevió a decirle la menor palabra.
Habían transcurrido tan sólo unos instantes desde la llegada del cacique, cuando de modo visible y corpóreo la Virgen santísima se presentó en el umbral del bohío del cacique.
De todo su ser se desprendían copiosos rayos de luz que bañaban el estrecho recinto de la choza, y eran tan potentes, que según declaró la india Isabel, "eran como los del sol al mediodía", y sin embargo, no deslumbraban ni cansaban la vista.
Pasaron unos segundos, el cacique rompió el silencio y dirigiéndose a la Señora, le dijo con enojo: "¿Hasta cuándo me has de perseguir? Bien te puedes volver, que ya no he hacer lo que me mandes; por ti dejé mis conucos y conveniencias y he venido aquí a pasar trabajos".
Estas palabras irrespetuosas mortificaron en gran manera a la mujer del cacique, la cual riñó a su marido diciendo: "No hables así con la bella Mujer, ni tengas tan mal corazón".
El cacique montado en cólera, no pudo por más tiempo soportar la presencia de la divina Señora que permanecía en el umbral, desesperado, da un salto fuera de su barbacoa, toma el arco de la pared, saca del carcaj una puntiaguda flecha con la torcida intención de amenazar con ella a la gran Señora, llegando su locura hasta decirle: "¡Con matarte me dejarás!". En este preciso instante, la excelsa Señora entró en la choza, sonriente y serena; se adelantó y se acercó al cacique, el cual, al imperio y respeto de tanta majestad o porque la Virgen lo estrechara de modo que no tuvo lugar para el tiro, rindió las armas y arrojó el arco contra el suelo; pero se lanza entonces sobre la Soberana Señora para asirla de los brazos y echarla afuera; pero al punto, la celestial visión desaparece repentinamente.
Las dos indias y el niño sintieron honda pena por la conducta del cacique y por la desaparición de la bella Mujer. La buena mujer riñó de nuevo a su marido, reprochándole su torpe e inconsiderado proceder para con la Señora.
El cacique fuera de sí y mudo de terror, permaneció largo rato inmóvil, con los brazos extendidos y entrelazados, en la misma posición en que quedaron cuando hizo ademán de asir a la Señora. Tenía una mano abierta y la otra cerrada que apretaba cuanto podía, pues algo tenía en ella, y en su corto sentir creía que era la bella Mujer a quien había atrapado. Por un prodigio singular, al desaparecer cuando el cacique hizo ademán de agarrarla, dejó en su mano la diminuta imagen, la cual aunque hoy algo deteriorada, es la misma que se venera en el santuario nacional de Guanare.
La india Isabel, sin entender lo que acababa de suceder dijo a sucuñado: "¿Sabes lo que ha sucedido?". Balbuciente y tembloroso, el indio contestó: "Aquí la tengo cogida". Las dos mujeres, profundamente impresionadas y conmovidas añadieron: "Muéstranos para verla". El cacique se acercó entonces a las ascuas que ardían y abrió la mano, los cuatro indígenas reconocieron ser aquello una imagen y creyeron que era la de la bella Mujer. Al abrir el cacique la mano, despide la diminuta imagen rayos luminosos que producen gran resplandor, y creen los indios ser fuego natural que la Señora lanza contra ellos. Con el mismo enojo y rabia de antes envuelve a la imagen en unahoja y la esconde en la paja del techo de sucasa, diciendo: "Ahí te he de quemar para que me dejes".
El indiecito, que anteriormente desaprobaba la conducta de su tío, reparó cuidadosamente el escondite de la imagen y resolvió dar aviso a Juan Sánchez de lo ocurrido; a eso de medianoche se fue apresuradamente para Soropo. Cuando llega, como todos estaban dormidos, se acurruca junto a la puerta y allí espera hasta el amanecer.
La esposa de Juan Sánchez quedó sorprendida cuando al abrir la puerta de su casa en la madrugada del domingo, vio al niño junto a ella. El indiecito refirió a la señora lo mejor que pudo, todo cuantohabía visto, aunque con alguna dificultad, pues no se expresaba bien en castellano. La mujer llamó a sumarido y le dijo: "Juan, ayer tarde dimos licencia a este niño para quefuera a Coromoto a visitar asu mamáy haamanecido aquí, contando que anoche unamujer muy linda llegó a la casa de su tío, el cual la quiso tirar con laflecha, y que la tomó y escondió en su casa".
Juan se sonrió y como era natural, no dio crédito á lo que decía el indiecito. Volvió el niño a narrar la historia y viendo que todavía no se daba fe a lo que relataba, dijo: "Vayan a Coromoto ahora mismo y la
verán".
Al fin, Juan Sánchez para despachar al importuno, le contestó: "Ve a buscar las dos mulas e iremos contigo". Es de saber que estos dos animales sueltos en la sabana, eran de extremos ariscos y montaraces; sólo se les podía coger con lazo o en el corral y a veces se tardaban dos horas para traerlos. El niño tomó los cabestros, cruzándoselos en la espalda se dirigió presuroso a la sabana,donde halló a los dos animales juntos y muy quietos, como si estuvieran unidos en un profundo sueño; con la mayor facilidad les puso el lazo, los ató y trajo a casa.
Juan Sánchez al verle llegar trayendo los dos animales en tan breve tiempo, quedó maravillado y principió a dar crédito a lo que decía, Bartolomé Sánchez y Juan Cibrián, Juan Sánchez y el indiecito se pusieron en marcha para Coromoto.
Al llegar cerca del poblado, los tres españoles se quedaron escondidos en un zanjón, a tres cuadras de la casa, mientras que el muchacho iba a la choza de su tío en busca de la mujer que él decía.
Dichosamente para el niño, el cacique, su tía y su madre estaban juntos, fuera y a un lado de la casa. Sin
ser visto por nadie entró en la choza, se adueñó de la imagen, que aun estaba en el mismo sitio donde la había puesto su tío y la trajo a Juan Sánchez el cual con gran respeto, la colocó en un relicario de plata que acostumbraba llevar al cuello.
De regreso a su casa de Soropo, Juan Sánchez colocó la imagencita en un altarcito y no teniendo sino un
cabo de cera negra, alumbró con el la imagen. Esta humilde luminaria ardió día y noche sin consumirse, desde las 12 del domingo hasta el martes por la tarde. Este hecho, que declararon los testigos, es milagroso, pues el pedazo de vela hubiera debido arder a lo sumo media hora.
El domingo 9 de septiembre, el cacique dispuso la huida rápida hacia los montes; previno a los demás indios, quienes se apresuraron al punto para acompañar a su capitán; pero apenas había entrado en el bosque inmediato al poblado fue mordido por unaculebra venenosa. Viéndose mortalmente herido principió a arrepentirse, pidiendo a grandes voces que le administraran el bautismo.
Por especial providencia de Dios, transitaba a la sazón por ese lugar un moreno criollo de la ciudad de Barinas, cristiano y de la honorable familia de los Ochogavíes, el cual acudió al punto donde estaba el indio y lo bautizó.
El cacique recomendó a los indios que se mantuvieran con los blancos y murió.
(Cf. "Breve historia de Nuestra Señora de Coromoto, Patrona de Venezuela", por el Hermano Nectario María, VIII Edición, impresa en la Escuela Técnica Popular Don Bosco, Caracas 1984).