LA GUADALUPE - MÉXICO - 1531
La relación del indio Valeriano se conoce con el nombre de sus dos primeras palabras: NIC AN MOPOHUA, que significa: "Aquí se refiere". Este indio, culto, gracias a los conquistadores, escribió su relación entre 1545 y 1550 en náthuatl, lengua de los indios mexicanos.
La traducción que mejor conserva el estilo indio (con su delicadeza y diminutivos, que ha influido tanto en el español de México), y actualmente la ordinaria, es la del licenciado Primo Feliciano Velázquez (México 1926). Sin embargo, extrañamente, su castellano es arcaico por lo cual, la retocamos teniendo delante además la versión de Becerra, las eruditas notas lingüísticas del mismo Velázquez, (la aparición de Santa María de Guadalupe, México 1931), y la nueva traducción, más literal del Reverendo Mario Rojas.
VERSIÓN DEL NIC AN MOPOHUA
Aquí se refiere ordenadamente de qué manera maravillosa apareció hace poco la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, nuestra Reina, en el Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.
Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga. También se cuentan todos los milagros que ha hecho.
Primera Aparición:
Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. A la sazón, en el año de 1531, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego, según se dice, natural de Cuauticlán. Tocante a las cosas espirituales aun todo pertenecía a Tlatilolco.
Era sábado, y muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados. Al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyácac amanecía y oyó cantar allá arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; cantaban a ratos las voces de los cantores y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitoso, sobrepujaba al del Coyoltototl y del Tzinizcán y de otros pájaros lindos que cantan. Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí:
- ¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?.
Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto celestial, y así cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían:
- ¡"Juanito, Juan Dieguito!".
Luego se atrevió a ir donde le llamaban. No se sobresaltó un punto. Al contrario, muy contento fue subiendo al cerrillo a ver dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre vio a una Señora que estaba allí
de pie y que le dijo que se acercara.
Llegando a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que posaba sus plantas, flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris. Los mexquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de esmeraldas. Su follaje, finas turquesas, y sus ramas y espinas brillaban como el oro. Se inclinó delante de ella y oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo:
-"Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?". El respondió:
- Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor.
Ella luego le habló y descubriéndole su santa voluntad, le dijo:
-"Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen santa María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive; del Creador cabe en quien está todo, Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me amen, que invoquen y en mí confíen, aquí oiré sus lamentos y remediaré todas sus miserias, penas y dolores. Y para realizarlo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo: Que aquí en el llano me edifique un templo; le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío, el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo".
Al punto se inclinó hacia ella y le dijo:
- Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado, por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo.
Luego bajó para ir a hacer su mandado. Y salió a la calzada que viene en línea recta a México.
Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación, se fue en derechura al palacio del obispo, que el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verlo; rogó a sus criados que fueran a anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor obispo que entrara.
Luego que entró se inclinó delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora del cielo y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda la plática y su recado, pareció no darle crédito, y le respondió:
- Otra vez vendrás, hijo mío y te oiré despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido.
Él salió y se vino triste, porque no había conseguido nada con su mensaje.
Segunda Aparición:
En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y se encontró con la Señora del cielo, que le estaba aguardando allí mismo donde la vio la vez primera. Al verla se postró delante de ella y le dijo:
- Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandato. Aunque con dificultad, entré adonde es el asiento del prelado. Lo vi y le expuse tu mensaje, así como me advertiste. Me recibió benignamente y me oyó con atención. Pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo por cierto; me dijo: "otra vez vendrás; te oiré más despacio, veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido". Comprendí perfectamente, en la manera como me respondió, que piensa que es quizás invención mía que tú quieres que aquí te hagan un templo, y que acaso no es de orden tuya. Por lo cual te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que alguno de los principales, conocido, respetado y estimado, le encargues que lleve tu mensaje para que lo crean, porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y no paro. Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía.
Le respondió la santísima Virgen:
-"Oye, hijo mío, el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje, y hagan mi voluntad; pero es de todo punto de vista preciso que tú mismo solicites y ayudes, y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío, el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen santa María, Madre de Dios te envía".
Respondió Juan Diego:
- Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandato; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizá no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado. Ya de ti me despido, Hija mía, las más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto.
Luego se fue él a descansar a su casa. Al día siguiente, domingo, muy de madrugada salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse de las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver en seguida al prelado. Casi a las diez se presentó, después que se oyó una misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío.
Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verlo; otra vez con mucha dificultad lo vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del cielo, que ojalá creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada de erigirle su templo, donde manifestó que lo quería.
El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas, aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la Virgen santísima, Madre del Salvador nuestro Señor Jesucristo, sin embargo no se le dio crédito, y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del cielo.
Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo:
- Señor, dime cuál ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del cielo que me envió acá.
Viendo el obispo que ratificaba todo sin dudar, ni retractar nada, lo despidió. Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa, en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando mucho a donde iba y a quien veía y hablaba. Así se hizo.
Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada. Los que venían tras él donde pasa la barranca, cerca del puente del Tepeyácac, lo perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna lo vieron. Asi es que regresaron, no sólo cansados, sino también despechados porque no habían conseguido su intento. Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyeran: le dijeron que no más le engañaba, que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía; y, en suma, discurrieron que si otra vez volvía le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.
Tercera Aparición:
Entre tanto, Juan Diego estaba con la santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor obispo, la que oída por la Señora, le dijo:
-"Bien está, hijito mío. Volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has hecho. Ea, vete ahora, que mañanate aguardo aquí".
Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando volvió a su casa, a un tío que tenía, llamado Juan Bemardino, le había dado la enfermedad y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave. Por la noche, le rogó su tío que de mañana saliera y viniera a Tlatitolco a llamar al sacerdote. Y cuando venía llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el poniente por donde tenía costumbre de pasar dijo: "Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora y en todo caso me detenga, para que lleve la señal al prelado según me previno; que primero nuestra aflicción nos deje y primero llame yo de prisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente aguardando". Luego dio la vuelta al cerro, subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no lo detuvierala Señora del cielo.
Cuarta Aparición:
Pensó que por donde dio la vuelta no podría verlo la que está mirando bien a todas partes. La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estaba mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo:
-" ¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿A dónde vas?".
¿Se apenó él un poco, o tuvo vergüenza, o se asustó? Juan Diego se inclinó ante ella, y la saludó diciendo:
- Niña mía, la más pequeña de mis hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud, Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy mal un pobre siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste y está por morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar a uno de los sacerdotes amados de nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte. Pero después que venga volveré otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname, tenme por ahora paciencia. No te engaño, Hija mía, la más pequeña; mañana vendré a toda prisa.
Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen:
-"Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflijala enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que ya sanó".
(Y entonces sanó su tío, según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del cielo, se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes lo despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna señal y prueba a fin de que le creyera, la Señora del cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía. Le dijo:
-"Sube, hijo mío, el más pequeño, a la cumbre del cerrillo; allí donde me viste y te di órdenes. Hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia".
Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando subió a la cumbre se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas y exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo que se dan, porque era época de heladas, estaban muy fragantes y llenas de rocío de la noche, que semejaban perlas preciosas. Luego empezó a cortarlas, las juntó y las echó en su regazo.
La cumbre del cerrillo no era lugar en que se dieran ningunas flores, porque tenía muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites; y si se solían dar hierbecillas, entonces era el mes de diciembre, en que todo lo queman y echan a perder las heladas.
Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del cielo las diferentes rosas que cortó. La cual así como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole:
-"Hijo mío, el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ellas mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo: dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo para cortar flores; y todo lo que viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado que dé su ayuda, a fin que se haga y erija el templo que he pedido".
Después que la Señora del cielo le dio su encargo, se puso en camino por la calzada que viene derecha a México, ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos y gozándose en la fragancia de las variadas y hermosas flores.
Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó que le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían y lo molestaba, pues era importuno; y además, ya les habían informado sus compañeros que le perdieron de vista cuando habían ido siguiéndole. Largo rato estuvo esperando. Cuando vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que llevaba en su regazo, se acercaron a él, para ver lo que traía.
Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que traía, y que por eso le habían de molestar, empujar o aporrear, descubrió un poquito que eran flores; y al ver que todas eran diferentes rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se dan, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas.
Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas ya no veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o cosidas en lamanta.
Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indiecito que tantas veces había venido, el cual hacía mucho que por eso aguardaba, queriendo verle.
Al oírlo, el obispo cayó en cuenta de que aquello era la prueba, para que se convenciera y cumpliera lo que solicitaba el indiecito. En seguida mandó que entrara a verlo.
Cuando entró, se arrodilló delante de él, como las otras veces, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje. Dijo:
- Señor, hice lo que ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del cielo, santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo construyas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Accedió a tu recado y acogió benignamente lo que pides; alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedía la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió: me mandó a la cumbre del cerrillo, donde antes la había visto, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla. Después que fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con sus manos y de nuevo las echóen mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchosriscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé. Cuando iba llegando a la cumbre del cerrillo, vi que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla, brillantes de rocío, que enseguida fui a cortar. Ella me dijo por qué te las había de entregar, y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. Aquí están, recíbelas.
Desplegó entonces su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y cuando se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ellas y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.
Luego que las vio el obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron, la admiraron mucho; se levantaron; se entristecieron y acongojaron mostrando que la contemplaban con el corazón y el pensamiento. El obispo con lágrimas de tristeza, oró y le pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y mandato. Cuando se puso en pie, desató detrás del cuello de Juan Diego el nudo de la manta
en la que se dibujó y apareció la Señora del cielo. Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio.
Aquel día el obispo detuvo a Juan Diego en su palacio. Al día siguiente le dijo: "¡Ea! a mostrar dónde es
la voluntad de la Señora del cielo que le erijan su templo". Inmediatamente se invitó atodos para hacerlo.
No bien Juan Diego señaló dónde había mandado la Señora del cielo que se levantara su templo, pidió permiso para irse. Quería ahora ir a casa a ver a su tío Juan Bernardino; el cual estaba muy grave cuando lo dejó y vino a Tlatilolco a llamar a un padre, que fuera a confesar y disponerle, y le dijo la Señora del cielo que ya había sanado. Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa.
Al llegar, vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía. Se asombró mucho de que su sobrino llegara acompañado y tratado con tanto respeto. Le preguntó la causa de que así lo hicieran.
Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al padre que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyácac la Señora del cielo, la cual diciéndole que no se afligiera, que ya su tío estaba bueno, con lo cual se alegró mucho, le envió a México, a ver al obispo para que le edificara una casa en el Tepeyácac.
Manifestó su tío ser cierto que entonces le curó y que él también la vio del mismo modo en que se apareció a su sobrino; sabiendo por ella que le había enviado a México a ver al obispo. También entonces "le dijo la Señora, que cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había ella sanado; y que su bendita imagen se había de llamar la siempre Virgen santa María de Guadalupe".
Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del obispo para que le informase y atestiguara delante de él. A ambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su palacio algunos días hasta que se erigió el templo de la Reina en el Tepeyácac, donde la vio Juan Diego.
El obispo trasladó a la iglesia mayor la santa imagen de la amada Señora del cielo; la sacó del oratorio en su palacio, donde estaba para que toda la gente la viera y admirara su bendita imagen. La ciudad entera se conmovió: venían a ver y admirar su devota imagen y a hacerle oración. Mucho les maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.
La manta en que milagrosamente se apareció la imagen de la Señora del cielo, era el abrigo de Juan Diego; ayate un poco tieso y bien tejido. Porque en aquel tiempo era de ayate la ropa de abrigo de todos los pobres indios; sólo los nobles, los principales y los valientes guerreros se vestían y ataviaban con manta blanca de algodón.
El ayate, ya se sabe, se hace de ichtli, que sale del maguey. Este precioso ayate en que apareció la siempre Virgen nuestra Reina, es de dos piezas, pegadas y cosidas con hilo blanco!.
(Cf. colección "Apariciones de la Virgen" por José Luis de Urrutia, S.J. Distribuye Secretariado Reina del Cielo. Duque de Pastrana, 5-Madrid 16).
(Cf. Revista "Reino de Cristo" № 304. Núñez de Balboa, 115- I.E-28.006 Madrid, diciembre 1986).
FENÓMENOS INEXPLICABLES:
Además del hecho histórico ya narrado de la aparición repentina de la imagen, hay una serie de fenómenos inexplicables:
Duración de la Tilma
El ayate, tejido de fibra de maguey, tiene una duración de unos veinte años; pero en el caso de la Tilma guadalupana no sólo perdura por más de 450 años, sino que está extraordinariamente suave, hasta el punto que durante muchos años los expertos pensaban que era una palma silvestre que da un tejido más suave.
La pintura
Según los análisis de las fibras, hechos en 1936 por el doctor alemán Ricardo Kunn, Premio Nobel de Química en 1938, en dichas fibras, una roja y otra amarilla, no existen colorantes vegetales, ni animales, ni minerales. Esto lo ha confirmado el estudio Smith-Callagan, respecto de la imagen original, da diferencia de los añadidos. Además, no precedió a la tela preparación o aparejo alguno, según se acostumbra y es necesario para queagarre bien la pintura.
La técnica
Otro de los fenómenos inexplicables es que el artífice ha sido capaz de aprovechar todas las imperfecciones del tejido, como elementos pictóricos.
El doctor Rodrigo Franyutti, uno de los investigadores de la imagen de Guadalupe, dice en su estudio: "El verdadero y extraordinario rostro de la Virgen de Guadalupe": para dar luminosidad y volumen a un rostro por lo menos hay que utilizar dos colores, uno claro y otro obscuro para las sombras. Pero en el rostro de la Virgen no hay una sola sombra pintada. Las cejas, el borde de la nariz, la boca y los ojos no son otra cosa que la misma tela, carentes de todo color superpuesto con todas sus manchas e irregularidades, pero utilizadas con tal maestría que parecen perfiles extremadamente bien dibujados. Todos los rasgos no son más que aberturas de la tela, manchas e hilos gruesos. Por ejemplo, el perfil que forma la nariz no es sino la misma tela que termina en hilo grueso en lo que es la punta de la nariz. Esos rasgos denotan una táctica superior a la humana, ya que la forma con que han sido utilizadas las imperfecciones de la tela, no tiene explicación lógica: de lo burdo se obtuvo efectos delicados y de las manchas, hoyos e hilos gruesos del ayate, unos rasgos finísimos, sin haber puesto un gramo de pintura sobre ellos.
Los ojos
En 1929 el fotógrafo oficial de la basílica Alfonso Marcué González, descubrió que los ojos de la Virgen reflejaban el busto de un hombre con barba, pero el abad de la basílica no quiso que se dijese nada, quizá por la persecución religiosa de entonces. En 1951, José Carlos Salinas Chávez, dibujante noticioso del fenómeno, lo examinó de nuevo, insistió con el citado abady con el arzobispo, se hizo público el hallazgo y comenzó el análisis científico por los oculistas de mayor prestigio con lupas y oftalmoscopios de gran potencia.
No se puede dudar, cómo descubrió en 1956 el doctor Rafael Torija Lavoignet:
reflejan una imagen según la ley óptica Purkimje-Samsom. Esta dice que un objeto colocado a 35 ó 40 centímetros, en frente del ojo, produce en él imágenes: una, en la cara exterior de la córnea; otra, más pequeña, en la cara exterior del cristalino y latercera, aun menor e invertida, en la cara interior del cristalino.
Esas tres imágenes de un busto de hombre con barba se pueden apreciar en el ojo derecho de la imagen; en el ojo izquierdo aparece sólo laprimera imagen, más externa en la córnea, debido a que el objeto está menos de frente al ojo, y por ello no produce las otras dos imágenes. Desde el punto de vista óptico, la diversidad, colocación, curvatura y enfoquede las imágenes en ambos ojos es perfecta; la del ojo izquierdo algo desenfocada, por estar más lejos el hombre con barba.
El profesor José Aste Tonsmann, peruano, es especialista en procesos de digitalizaciónde imágenes en el centro científico de IBM en México. Mediante complicados aparatos y computadoras, la luz que refleja una fotografía es convertida en impulsos eléctricos y éstos reducidos a números (dándole el número que le corresponde, según sus características, a cada cuadritoo dígitoen que se divide la imagen, y que llegan a ser 28.000 por cada milímetro cuadrado) y luego al reconstruirla puede ser ampliada hasta 2.500 veces su tamaño. Además la computadora puede distinguir más de 250 tonos grises, mientras el ojo humano no más de 40. Esta técnica se emplea sobre todo para la retransmisión y análisis de fotografías hechas por satélites. Es posible también arreglar la foto si está desenfocada, aplicarle filtros, quitarles manchas, etc.
El doctor Tonsmann aplicó en 1979 este procesamiento de imágenes a los ojos de la Virgen de Guadalupe. En el centro de las pupilas de ambos ojos se han detectado: una figura de rasgos indios sin barba, con un sombrero en forma de cucurucho, el cual extiende por delante una manta (sin duda Juan Diego), a su derecha un rostro de hombre joven (se ha supuesto ser el traductor, por estar entre el indio y el obispo; lo fue Juan González Sánchez de veintitantos años, extremeño, llegado hacía tres años, que se ordenó de sacerdote en 1534), una cabeza de anciano (del obispo Zumárraga, por su edad, cráneo y nariz vasca, calvo con cerquillo al estilo franciscano), y a su derecha otro indio casi desnudo, sentado a la usanza azteca. Detrás de Juan Diego una cara de mujer, de rasgos negros, que mira el prodigio (se confirmó después que el obispo tenía una esclava negra, a quien en su testamento concedió la libertad). Naturalmente, las computadoras también analizaron al "hombre con barba", la cual acaricia con su mano derecha (no tiene características indias, sería un español, quizás don Sebastián Ramírez de Fuente leal, obispo de Santo Domingo, que llegó a México en octubre de 1531 como Presidente de la Audiencia de la Nueva España, y muy posiblemente se hospedase en la residencia del obispo Zumárraga).
Debajo de la cabeza de Zumárraga y del posible traductor, está un grupo familiar indígena: una joven de perfil, aparece con un bebé a la espalda; a la derecha, frente a ella,un hombre con sombrero, y entre ambos otro niño. El tamaño de estas imágenes es más pequeño, por tanto debían estar más lejos, detrás de Zumárragay el traductor, y tapados por los cuerpos de éstos, pero inexplicablemente en vez de verse los cuerpos de éstos, se ven los que estarían detrás.
En la Tilma extendida por Juan Diego no aparecen rosas ni imagen de la Virgen, es decir, la Tilma retrató a laVirgen que estaba delante, y en cuyos ojos, antes de ser retratada no podía reflejarse su retrato, éste tuvo que realizarse con una fracción de segundo después que cayeron las rosas de la Tilma.
Para acabar este capítulo del contenido prodigioso de los ojos, baste decir que el tamaño de todo el iris en la Tilma, no pasa de 8 mm.
(Todos los detalles de la imagen los trata profusamente, al modo periodístico puramente informativo, J.J. Benítez en su libro "El Misterio de Guadalupe", Ed. Planeta-1982).
(Cf. colección "Apariciones de la Virgen", VIRGEN DE GUADALUPE por José Luis Urrutia S.J. distribuye Secretariado Reina del Cielo, Duque de Pastrana, 5-Madrid 16, España).